lunes

Lo patético


Me duele el contexto
en el que aprendí algunas cosas.
No es tanto
el aprenderlas, es que ahora
que las uso, que vierto,
por ejemplo,
el agua del mate sobre la bombilla,
que conozco
el significado de la palabra “sibling”,
que puedo moverme
sin mayores exabruptos
entre las calles de Buenos Aires,
que entiendo la expresión
“¡vamo’ arriba!” y la profeso,
ahora, digo,
tengo
todo eso en la cabeza, tengo
la vida que se me va agolpando
sobre la espalda de mochilero,
y debería
estar tranquilo, no asustarme,
entender
que trazo mis líneas en un abismo
como todos.
Pero no, insisto, el contexto,
las manos, el tono
de cada una de las voces,
y las risas que llenaban
cualquiera de mis carencias,
lo que no hay manera
de agarrar, de retener
eso que queda
dando vueltas al costado de la experiencia.

No ser un compendio
de vacíos archivados, de entusiastas
proposiciones desmedidas.
El plan quinquenal no tiene muchos
pasos a seguir, es solamente
soltarse, abandonar
las tontas pretensiones de vivir
y ver qué pasa.

martes

Visión de los que lloran


No voy a hablar de las formas de llorar, tampoco
de cómo es posible que no existan
lloratorios, habitaciones
específicas en cada casa para llorar. No.
No tengo pensado escribir
sobre:

-el tamaño de las lágrimas
que unas veces
surcan los cachetes y otras
saltan suicidas al vacío
para calmar el dolor

-su composición salada y
amarga, ese sabor
que no se sabe
bien
de dónde viene

-cuántas veces por día
llora un hombre promedio, cuál
es la diferencia que arroja
el Censo Nacional De Mujeres Que No Lloran Por Amor,
que rompen
los pronósticos, las cábalas, en fin:
que sudan por amor, estallan
a esos tipos en estéreo

-por qué se chocan
los extremos más drásticos de la vida
y se condensan, se penetran
en el llanto.

No me interesa decidir en qué momento
el primer hombre (o algún otro)
descubrió que llorar
no era
una maldición, un extraño
caso de hemorragia interna
para que después
vinieran los poetas y los solos
a desmentir esa creencia.
Hay algo, una práctica
social que me deslumbra, no se trata
de las caras pálidas que abisman el llanto
ni tampoco
la conciencia del alivio
que es llorar con una causa
fija, definida
concreta o más o menos entendible.

Cuando todo se parece a una aguja de metal
interminable, cuando
no emergen, no se animan las certezas a venir,
cuando la falta, el hastío, la penumbra,
el disolverse inesperado de los hábitos,
la impresión definitiva, irreductible,
de no ser, de estar viviendo
por fuera de uno mismo,
cuando la terrible ilusión se tambalea
se desploma y cae
como una madre borracha,
ahí es que aflora, se desborda
el llanto, se arremolinan en los ojos
las verdades imposibles que se van,
no hay, entonces, convenciones
o modales que se opongan
que apuntalen las represas, el olvido;
es ahí
cuando languidecen las vetustas consideraciones filosóficas,
cuando no hay lugar
para pensar en cambiar un poco la cosa,
cuando el mundo no existe más allá de los párpados,
es ahí, digo, que se llora
inevitablemente, donde sea.
Y por eso es que la gente
de vez en cuando
se esconde entre un abrigo,
una gorra, sus propias
manos, y llora
aun
en colectivos, trenes,
incluso
hasta en taxis o remises;
llora,
y que la vida
se haga a un lado,
por un rato y que no importe. 

viernes

La mujer más hermosa de Buenos Aires

La mujer más hermosa de Buenos Aires
pasa por al lado mío
me ama, estaría
dispuesta a todo, a vivir
entre ratas, con mis hijos
que no van a nacer nunca, a mirar
cómo lloro sin motivos o
con motivos
a vender algunos órganos
para comprarme merca, a militar
en cualquier partido
o agrupación que se me cruzara en la cabeza
a formar parte
de un grupo vocal nudista
que cantara el "arrorró para mayores"
en plazas públicas y prostíbulos.
En fin, no tengo dudas
ella
haría todo eso, pero pasa
sigue de largo y
no me ve. 

La mujer

más hermosa de Buenos Aires
pasa por al lado mío
unas dos o tres veces
por cuadra. 

martes

Lo que hubiera pasado si te tirabas abajo del tren el lunes a la mañana

algunas personas habrían llegado tarde a sus trabajos
otras
desde casa 
mirarían absortas sus televisores, los programas
de noticias mientras toman café
pensarían
"otra excusa más del sindicato
para no ir a laburar"
o ni siquiera
"pobre flaco, no tuvo
valor
para pegarse un tiro"

Ese día, a la noche
los usuarios de tuiter te hubieran inmortalizado en forma de
#hashtag
circularían
imágenes alusivas en las redes sociales
te amarían
en los grandes lavaderos de cerebros
del mundo:
con
(la publicidad de)
tu muerte
podrían haber extendido
otro día su licencia para
no reconocer, no dar
la cara, no
desmentir las utopías estériles
y aceptar, o
perder
que ese suicidio es
todo lo que queda, la única
posible verdad, el entusiasmo
genuino e imperturbable

para un lunes, un martes, un
domingo o
incluso
un sábado a la mañana. Para todos
los días más o menos singulares y aburridos
que vivimos. 

Les autres

Hay algún tipo de imperfecciones que no soportamos,
desconozco
cuál será el origen de esa intolerancia. Estamos
rodeados de cosas
mal hechas o
gastadas
consumidas por
la erosión de los golpes
tan fuertes en la vida, 
el malestar diario, el descontento
popular de las clases medias altas
y bajas
no hay un alma, no queda
un alma sin calafatear.
Acá
en el medio de esas rajaduras que se esconden
bajo capas de enduído, entre
los restos de las mentiras que devinieron verdad
caminamos
dándonos la mano, intentando
no ver esas rayitas
hacer de cuenta
que todos somos buena gente,
vivir
nadando en ilusiones, no pisar
ni por un segundo
el césped prohibido en las plazas de la realidad.

Es entonces que todo

todo eso
alguna vez se desmorona
y cae
uno cae, muere
todos los días en el otro.

jueves

Algunas de mis muertes

No creo que sea del todo certero pensar que el individuo enfrenta una única muerte, o que dicha muerte se trate de un momento puntual, letal y decisivo. Uno muere un poco con cada una de las cosas cuyo destino no pudo cambiar, aunque hubiera querido hacerlo desesperadamente, o con aquello que se modifica para no volver jamás a ser lo que alguna vez fue. Dejamos nuestras huellas dando vueltas por ahí, como animalitos, para que solamente la memoria incompleta de nuestro propio recuerdo pueda observarlas de vez en cuando, no sin antes sentir una puñalada de hastío que hace las veces de marco en el cuadro cada vez menos vivaz del presente. Y es esa memoria la que mantiene a esas huellas artificialmente vivas, en coma, pues sólo podría revivirlas cabalmente si todas las memorias existentes sobre el mismo hecho se coordinaran y posaran su foco en el mismo punto del recuerdo, y al mismo instante exacto. Solamente entonces, cuando todos los pedacitos -homogéneos y no- de recuerdos constituyeran un único gran y total recuerdo, se podría vencer a la muerte. Quizás sea, en fin, para eso que existen los velorios.

Estío adentro #10


no hay demasiado
estío adentro
es un vacío
interminable
unas casitas
como en un campo pero
en la conciencia
transpiran
se pegan
dan
pasos desesperados
sobre las losas hirvientes
alguna sombra
se mueve un poco y queda
en el recuerdo
mejor grabada

porque es más fácil
el dolor
es más fácil
si no hay cuerpo
si la sombra
nada más que la sombra
es aquello que se va
y se pierde
entre las gotas secas
en la humedad abrumadora
de una tarde.

lunes

Estío adentro #9


un cigarrillo
o menos: la ceniza
de una idea aplastada.

jueves

Estío adentro #8


qué hacen
las gotas de lluvia
cuando caen
y se encuentran
con un niño que las llora
boca abierta
rodilla al suelo
o un color difuso
de hambre prematura
se interrumpen
o se olvidan
de ser gotas
porque es tanta
la tristeza
y una ternura
del abismo
las inunda de ojos
de monedas en la fuente
contadas
con el silencio
del mar
rebotando en cada yema.

lunes

Estío adentro #7



una sonrisa
o una llamarada
restos
algo oblicuos
y olvidarse
de los nombres sin cara

allá
como una aurora
entre los ojos del pasado
sobreviene
-¡afortunado!-
una certeza

acá
desde un temblor
irresoluto que penetra
no socava, llena
de a poquito
intersticios que la trama
-urdimbre-
mnemotécnica
deja en huella

para entonces
la sonrisa
ya se inútil iza
porque pobre.

domingo

Estío adentro #6


a veces
un recuerdo
viene de lejos
una tarde
y arremete
tierno
vacilante
desde abajo
de la sábana
mira de reojo
y tiembla.
nadie sabe
si es de ahora
o ya es viejo
el llanto
ni las sombras
que se entrecruzan
paredones azules
de un cielito
que era techo
de chapas rotas.
no es la idea
que se pudre
con el frío:

es la mirada
mentirosa
que estuvo
y ya se va.

viernes

Estío adentro #5


creencia rota

como los huesos
de la luz
mala

miércoles

Estío adentro #4



confianza
en el ojo
y no
en el anteojo

una herrumbre
de mentira
hace al vidrio
un aumento
que oscurece
con naufragios
heliotropos
verdeoscuro
rezumados
en arenas
de cinismo

es
la burda miopía
de las luces.

viernes

Estío adentro #3



retrucá
comillas de
la lluvia
que caen
entre gotas
pútridas
y arrumban
a-penas
longevas
entusiastas
la edad del sol
tan adentro
(pero de noche
como una ausencia
inminente
y duradera)
una visión
hacia uno
sin mirarse
de reojo
ni de frente
no es reflejo
sino rostro
estancado
como una uña
pequeñita
rasgando, sí,
de a poco
la esperanza
(de la que
no voy
a hablar)
mientras que
el agujero
se relame
tus penurias:
comida cruda.

jueves

Estío adentro #2


barnizado
una comedia
ignominiosa
pero lenta
unas pieles
que se agrietan
cuando adentro
(como dientes
de leche)
los dolores
buscan
desaparecer

aquel barniz
idiosincrático
de sol-verdugo
de ariete-panza
se diluye
en poca leche
descremada
y unos labios
(rouge fecundo)
se meriendan
tu sudor. 

martes

Estío adentro #1

en las tardes
de diciembre
no es fácil
quemar los años
mirar de lejos
el fuego
fueguito hormiga
que se traga las hojas
en un balde
resquebrajado
que en sus grietas
amalgama restos
esos bises
ásperos
que hace uno
cuando se acaba el repertorio.

lunes

Märchen

El otro día me subí al 134 en Constitución para ir a la facultad, y me senté al lado de un flaco que iba mirando por la ventana. Alrededor de media hora después, cuando ya estaba a unas 5 cuadras de Puán, el flaco me mira y -un poco como salido de un letargo hipnótico- me pregunta: "pibe, ¿falta mucho para Constitución?". Yo, anonadado, tardo unos segundos en responderle y finalmente digo: "Nooo, ya pasamos hace rato, eh. ¡Estás re lejos!". El tipo me mira extrañado, se levanta del asiento, toca el timbre del colectivo y, con cierta desesperante tranquilidad, se baja y camina hacia la parada más próxima de la misma línea pero en el sentido contrario. Me resultó llamativo. Tuve la siniestra impresión de que algo del orden de lo maravilloso se jugaba en ese momento, durante todo mi viaje, se gestaba en el asiento contiguo al mío, sin que yo me diera cuenta.

martes

La gente que espera el 84


La gente que espera el 84
no tiene demasiados problemas, sólo
algunos
los necesarios, quizás,
podríamos decir;
no usa el tiempo
de la espera para nada que resulte productivo,
no hay entre ellos, tampoco,
empatía. Y es raro.

Algunos escuchan música en los celulares, otros
preparan la tarjeta SUBE mucho antes de lo necesario, son
como paracaidistas que prueban
veinte veces
el mecanismo vital de su mochila
antes de tirarse del avión.

La gente que espera el 84 conoce
minuciosamente
cada pedacito de su parada, el mejor
lugar posible
estadísticamente hablando
donde deben pararse para adquirir
por beneficio de adyacencia simple
el próximo asiento que va a desocuparse.
La mayoría
podría cerrar los ojos y seguir
el recorrido guiándose
únicamente
de los giros a derecha o izquierda, de
la cantidad de semáforos y autos
que se interponen en el camino.
(Unos pocos
verdaderamente juegan
a estar dormidos, o ciegos,
a la triste adrenalina de comprobar
si algún día el azar
los va a bajar
en el lugar equivocado o
distinto).

La gente que espera el 84
muchas veces se toma un respiro, mira
por la ventanilla hacia la nada
como si de verdad creyera
que hay algo más allá del vidrio.
Todos piensan
que la vida ha sido injusta con ellos.

sábado

los maestros

Decime, vos
¿cuántos maestros han pagado
telos y
han garchado
con la plata de la
vocación docente?
Los conserjes de los hoteles
alojamiento serán
por necesidad y por
ósmosis
los futuros Sócrates
del mundo.

Y que vaya Platón
-como siempre-
a lamer de las almohadas
el olor a culo
y a nutrirse
de los gozados sedimentos,
a aprender,
en fin,
con lo más genuino de
la mayéutica.

miércoles

nihilismo soft

No leí el Ulises
no leí a Cervantes
no leí
nada. Y sí
me importa. No soy
un hippie vanguardista
que se la re cree
que piensa: "yo
la tengo mucho más grande
que esos giles                                                                    [Aunque, ¿por qué no?]
de antes"
(por eso pongo
algunos puntos y
comas). Pero es que ya
me cuesta horrores
creer en la verdadera existencia de
lo bello
o esa mentira religiosa
de la estetización, o
incluso
de la poesía
social


como si alguien pudiera comerse
este poema.
                                                                                             

no ser

Me está pasando
en este último
tiempo
que puedo
ver
cómo la gente
se da cuenta
de que
por momentos
o
en ocasiones especiales
(socialmente hablando)
no hay nada
detrás
de mis ojos marrones
excepto un vacío
que viene
ya
desde muy lejos