miércoles

Naranjas

A la frutera, el reino (más bien oscuridad)
donde descansa, se le arrebata la superficie rugosa.
Una mano toma, adhiriéndose, hasta ser toda ella
carne sobre cáscara, las dos repentinas esferas
compactadas. Ambas empiezan a rotar. Ambas vibran
hasta desaparecer en ese raro equilibrio. De la piel
cortada: toda la figura detrás del cuchillo es una nube
ácida. Mientras el metal va sepultándola, los
ojos toman la afinada expresión de la distancia.
El alcohol libera su forma y se pierde ingresando
a los poros, contrornos inacabados en que lo oscuro
se pliega. Gajos que firmemente van alejándose.
La latencia duradera de las gotas; ellas. Una multitud
de vacíos perfectos. Precariedad o no de la muerte,
eran los reflejos lacerados de la cáscara, infinitas
partes blancas, monótonos, devastadores.

José Villa, Cornucopia (2001)

jueves

sentires posmodernos de la noche #1

A veces una gota no rebalsa el vaso. A veces es distinto. A veces no hace falta rebalsar nada. O quizás no hay vaso, siquiera. No es cansancio tampoco. No es lo que los franceses bien llaman "l'ennui", el hastío casi existencial pero cotidiano. No es. Es un sintagma que no termina, se corta porque la mano que lo escribía o la boca que lo decía o la oreja que lo escuchaba o el ojo que lo leía muere, de repente, ahogad@. ¡Un anacoluto! -dirá algún estudiante de letras, o algún internauta que posea entre sus "favoritos" (o "marcadores". La disputa entre Explorer y Mozilla es casi, ya, un Boca - River -respectivamente- de Internet.) una página de la wikipedia que detalle cada una de las figuras retóricas. Y sí, en parte es algo así como un anacoluto. En realidad, es al revés. El anacoluto es la expresión formal de un terror humano. A veces, digo, no hay ni siquiera una salida. No hay un cambio de aire. No hay una revolución. Es ahí cuando se nos eterniza la vida, como una constante línea imperturbable. Ahí es, también, cuando se nos vuelve inaferrable.

Se me ocurre que -como si fuera una especie de falla de computadora inentendible hasta para el más erudito (algo común, por otro lado)- en esos casos sólo se puede resetear, mezclar y dar de nuevo, vomitarse. Y al carajo todo.

miércoles

Sobre el deseo y los perros

"Sólo hay un espectáculo más penoso que el del amor contrariado: el del deseo no correspondido. Porque en el amor nadan tanto el que ama como el que no, pero el que no desea -el que no desea está fuera del deseo, y no hay nada que pueda restituirlo al mundo del que se ha excluido. El no del que no desea es absoluto, no tiene retorno y convierte al que desea en alguien radicalmente ajeno, no diferente sino heterogéneo: no alguien que está en otro 'estado', del que finalmente, pasado cierto tiempo, cambiadas ciertas circunstancias, podría 'salir' o 'pasar' a otro, sino alguien que pertenece a otro reino. Un perro alzado, digamos, patrulla una plaza. Detecta a un perro como él, incluso de su misma raza, y antes de saber si es macho o hembra, si el diminuto sexo que tiene entre las piernas encontrará un hueco donde desahogarse, se abalanza sobre él, le sorprende por detrás, se encarama sobre sus ancas y arremete con su ciego, frenético vaivén. Pero he aquí que el otro no quiere. No quiere y punto. Su no querer es todo: es tan puro, tan de una pieza como el querer del otro. Se queda quieto, la lengua colgándole entre los dientes, mirando algún punto a lo lejos, hasta que le llama la atención otra cosa y mueve un poco la cabeza y sigue mirando, mientras el otro, el alzado, multiplica sus asedios y se afana inútilmente. ¿Quién no sufrió alguna vez con esa estampa patética? Porque ¿hay dos perros? ¿O hay más bien uno, el alzado, que desea, y luego su presa imposible, que no desea y que por no desear ya no es perro sino otra cosa: algo inerte, un pedazo de piedra, una planta, un tronco con forma de perro? Así, entre el que desea y el que no, el que hace el ridículo siempre es el primero, porque abalanzándose sobre la criatura que no le corresponde no comete un error de apreciación, ni de cálculo, ni de oportunidad: se equivoca de especie."

Alan Pauls, El pasado