martes

Perlas cuspideanas #2

[Marco referencial: Navidad. Locura consumista. Atención de 5 clientes al mismo tiempo. Todos, o casi todos, comprando basura. Cuatro de la tarde del viernes 24...]

Señora cuarentona: Hola, ¿trabajás acá?

Yo: Sí, sí. [un tanto ofuscado le muestro el cartelito que, agarrado a mi corbata, destaca un "Guido" que me autoriza como integrante de la empresa y que sirve, claramente, para evitar responder este tipo de preguntas pero que, a la vez, introduce la idea de que si a pesar del cartelito a uno le preguntan si trabaja en el lugar se debe a que, en realidad, el cliente quiere dejar entrever que no pareciera que estuviéramos trabajando. =)]

Señora cuarentona: Ah, bueno. Quería consultarte tu opinión por un libro... ¿puede ser?

Yo: Sí, cómo no.

Señora cuarentona: Es éste... [me muestra "El dueño", de Majul]

Yo [ante la imposibilidad de caretearla, apelo a mi más alta sinceridad]: Mire, la verdad es que a mí particularmente Majul no me gusta nada. Me parece un muy mal periodista, más allá de que no esté de acuerdo ideológicamente con él.

Señora cuarentona: Ahhh... [pasan unos segundos. Yo sigo buscando el libro de otro cliente que estaba buscando cuando la señora me interrumpió, con una osadía para quebrantar las normas de cortesía vincular que, por mi breve e inesperada experiencia, atribuyo ya como carácter específico de la tesitura clientelar. Luego de casi medio minuto de seguir observando el libro, con cierta apatía, vuelve al ataque sin miramientos y resuelve, triunfante]: Me lo llevo.


Moraleja: no apeles a la sinceridad con cierta gente. Si preguntan tu opinión es solamente para reafirmar la suya, y si los contrariás vas a dejar de existir, en el instante mismo de la formulación de tu idea, para siempre y desde siempre en la esfera -estrecha, por cierto- vivencial de la persona.

viernes

Perlas Cuspideanas #1

-Vieja [con inmerecida suficiencia]: Hola, quería un libro de Lucía Gálvez... pero no sé cuál era...

-Yo: mmm... ¿no se acuerda nada del título? ¿O, por lo menos, de qué trataba?

-Hija de la vieja [hinchada las bolas]: Sí, mamá, ¿te acordás que es uno en el que ella va a investigar sobre unos indios del norte de argentina? y cuenta su historia, y detalla cómo viven...

-Vieja [desasosegada totalmente, primero; inmediatamente después, me mira a mí y me dice, con total impunidad y vehemencia, a lo mirtha legrand]: ¡Ah, no! ¡Si es de indios, no! A mí los indios... no me gustan

...

(Al final se terminaron comprando el último de Vargas Llosa... je!)

miércoles

Naranjas

A la frutera, el reino (más bien oscuridad)
donde descansa, se le arrebata la superficie rugosa.
Una mano toma, adhiriéndose, hasta ser toda ella
carne sobre cáscara, las dos repentinas esferas
compactadas. Ambas empiezan a rotar. Ambas vibran
hasta desaparecer en ese raro equilibrio. De la piel
cortada: toda la figura detrás del cuchillo es una nube
ácida. Mientras el metal va sepultándola, los
ojos toman la afinada expresión de la distancia.
El alcohol libera su forma y se pierde ingresando
a los poros, contrornos inacabados en que lo oscuro
se pliega. Gajos que firmemente van alejándose.
La latencia duradera de las gotas; ellas. Una multitud
de vacíos perfectos. Precariedad o no de la muerte,
eran los reflejos lacerados de la cáscara, infinitas
partes blancas, monótonos, devastadores.

José Villa, Cornucopia (2001)

jueves

sentires posmodernos de la noche #1

A veces una gota no rebalsa el vaso. A veces es distinto. A veces no hace falta rebalsar nada. O quizás no hay vaso, siquiera. No es cansancio tampoco. No es lo que los franceses bien llaman "l'ennui", el hastío casi existencial pero cotidiano. No es. Es un sintagma que no termina, se corta porque la mano que lo escribía o la boca que lo decía o la oreja que lo escuchaba o el ojo que lo leía muere, de repente, ahogad@. ¡Un anacoluto! -dirá algún estudiante de letras, o algún internauta que posea entre sus "favoritos" (o "marcadores". La disputa entre Explorer y Mozilla es casi, ya, un Boca - River -respectivamente- de Internet.) una página de la wikipedia que detalle cada una de las figuras retóricas. Y sí, en parte es algo así como un anacoluto. En realidad, es al revés. El anacoluto es la expresión formal de un terror humano. A veces, digo, no hay ni siquiera una salida. No hay un cambio de aire. No hay una revolución. Es ahí cuando se nos eterniza la vida, como una constante línea imperturbable. Ahí es, también, cuando se nos vuelve inaferrable.

Se me ocurre que -como si fuera una especie de falla de computadora inentendible hasta para el más erudito (algo común, por otro lado)- en esos casos sólo se puede resetear, mezclar y dar de nuevo, vomitarse. Y al carajo todo.

miércoles

Sobre el deseo y los perros

"Sólo hay un espectáculo más penoso que el del amor contrariado: el del deseo no correspondido. Porque en el amor nadan tanto el que ama como el que no, pero el que no desea -el que no desea está fuera del deseo, y no hay nada que pueda restituirlo al mundo del que se ha excluido. El no del que no desea es absoluto, no tiene retorno y convierte al que desea en alguien radicalmente ajeno, no diferente sino heterogéneo: no alguien que está en otro 'estado', del que finalmente, pasado cierto tiempo, cambiadas ciertas circunstancias, podría 'salir' o 'pasar' a otro, sino alguien que pertenece a otro reino. Un perro alzado, digamos, patrulla una plaza. Detecta a un perro como él, incluso de su misma raza, y antes de saber si es macho o hembra, si el diminuto sexo que tiene entre las piernas encontrará un hueco donde desahogarse, se abalanza sobre él, le sorprende por detrás, se encarama sobre sus ancas y arremete con su ciego, frenético vaivén. Pero he aquí que el otro no quiere. No quiere y punto. Su no querer es todo: es tan puro, tan de una pieza como el querer del otro. Se queda quieto, la lengua colgándole entre los dientes, mirando algún punto a lo lejos, hasta que le llama la atención otra cosa y mueve un poco la cabeza y sigue mirando, mientras el otro, el alzado, multiplica sus asedios y se afana inútilmente. ¿Quién no sufrió alguna vez con esa estampa patética? Porque ¿hay dos perros? ¿O hay más bien uno, el alzado, que desea, y luego su presa imposible, que no desea y que por no desear ya no es perro sino otra cosa: algo inerte, un pedazo de piedra, una planta, un tronco con forma de perro? Así, entre el que desea y el que no, el que hace el ridículo siempre es el primero, porque abalanzándose sobre la criatura que no le corresponde no comete un error de apreciación, ni de cálculo, ni de oportunidad: se equivoca de especie."

Alan Pauls, El pasado

viernes

Futuro ya

Empezar un relato con una risa. Eso es novedoso, sí. Empezar un relato. Por ahí ni siquiera hace falta eso: la risa. O nada. No hace falta nada. Una risa, recortada en seco, abstraída por completo y repetida cien veces. Ahora sí puede empezarse algo. Una risa sin sonrisa, desde lejos, venidera, cansada. Desde la casa de al lado, o la otra. Desde alguna nave espacial, o desde el cerro Uritorco. Una risa tergiversable. Con mucho y poco cliché, con exceso de agudos. Así, nada más: erre i ese a. Y al rato, un chamamé intempestivo. Cinco segundos de chamamé desconado y alegre, que se extingue antes de lo que muere un alma. Eso: ráfagas de chamamé, ráfagas tiradas a mansalva. Una pavada. Pero todo esto, de día. Si fuera de noche, te quiero ver. Ahí sí que empiezan las preguntas, las dudas, el rapto irracionaloide. Dale con el repiqueteo de dientes, y el temblor de las manos. O quizás nada de eso; una quietud espeluznante, una tesura bastante arcaica. Puro boludeo. Lo sabemos todos. Y sin embargo, el rapto. Y cada crack del ropero es un fantasma, y cada vientito son cinco pesadillas. Almidonar un relato con una risa. Hacerlo caer, de un costado al otro, doblarse como la carcajada más abdominal de todas.
Te vas caminando por ahí, de repente te tropezás: risa. Ahí te sobreviene un alga, un algo. Se te mete, tontita, te penetra ferozmente. Te arremolina el pelo, la panza, los ojos (que no tienen órbita y por eso nunca se desorbitan), la antesala del recuerdo caminándote por la mano como una vaquita de san antonio. Ahí pensás que no, que no, que no se puede. Que se puede, pero que no. Que no. Mejor no, che. Ahí pensás que todo bien pero no, ¿cómo va a empezar así, boludo? Ahí escupís un poco, sentís la sangre que da vueltas alrededor de tu lengua como jugando a la ronda (imaginás unas cuántas sangrecitas pequeñas tomadas de la mano, cantando con voces agudas y pelos o cabellos fugazmente dorados), le manchás de sangre la baldosa al verdulero (que si era el carnicero, ¡bueh!) y pensás que sería una buena venganza si fuera que tu caída se hubiera debido al extremado infortunio de pisar una cáscaradeplátano, pero sabés que no fue así y que nunca es así y que ni siquiera pasa –últimamente– en las películas. Igual no le vas a pedir disculpas, no no. La risa no pudo haber venido de otro lado que de su boca. Su boca verdulera. Su boca quémásmami, berenjena. Ahora, que limpie con la boca sudorosa tu sangre, que es de un azul teñido y arrugado (como todos esos azules). Eso. Igual te acercás y le querés dar un abrazo, pero te quedás parado mirándole la cara, las rúculas, una arruga prematura. Imposible saber si su risa salió de ahí. Su cara se agota en un intento de mueca, y se diluye entre el hedor a uva abejada y el sabor de la sangre ya sudada y extenuada de tanto bailar la ronda.
Empezar una risa con un relato. Empezar. Una risa que no empieza pero está; bicho raro. Una risa que emerge desde el codo o de una uña, de un plato hondo que ya tiene poca sopa, de un tejado asturiano. Que sale aunque no pueda salir, aunque esté castigada como buena teenager. Que sale porque no da más. Se escapa por la ventana y se hace la julieta, se hace la te amo y muero por vos. Se hace la socialista, te dice que se ríe igual para todos. Mentira. Una risa que empiece sin otra risa es imposible. Una risa onanista. Una risa prostituta. Una risa gobernante, partidaria. Empezar un relato con una puta, que se desviste lentamente, que aprieta un poco los labios y mira de reojo ese lugar de la cara del verdulero en el que, demasiado pronto, hace repulgue una desilusión. Una puta risueña, drogada. Empezar el relato. Saber qué relatar. Salir corriendo a cerrar las persianas porque los ruidos, los cascos, el chillido de un reggaeton que los vecinos ponen cada vez más alto, (ese chamamé soñado), la manguera abierta, el auto, la panza del tipo de enfrente. Cerrar los postigones por las dudas, poné el pasador adela que se vienen, ¡dale irene, cerrá! Cerrar con el olvido, con el nunca más engominado chic progre pero vacío, con las manos -vacías- del odio.
Empezar el conteo de muertos con una risa. Agotar los sentimientos en el tedio, la (pos)modernidad, ¡eh gato!, la desidia. Presenciar caras de marx desfiguradas en cada pibe, en cada tajo de barba rasurada. Empezar. La risa viene después. Pero empezar. Empezar a alimentar no sólo los sueños: los estómagos, la boca, la líbido, tu páncreas y tus venéreas. Empezar. Empezar a matar las ideas, a deconstruir a sarmiento, a fusilar las ideas; empezar por lo más fácil, lo más obvio, empezar por el dolor, por la mejilla, reconstruir todas esas mejillas con la risa. Reír a carcajadas hasta que te duelan las mejillas. Tus mejillas, clara, tus tetas. Unir a la más puta y a la más tierna, unirlas desde el discurso, en una risa, en un gemido. Unir lo primario, lo necesario, lo tuyo, lo nuestro, lo que no nos van a sacar nunca. Más. Empezar a cantar con una risa, una risa cargada de erres lavadas y patinosas como la de cortázar, cargadas de basta, de revolución. Empezar. Dar vuelta la página, no: arrancarla, y no poner otra, no poner nada. Dejad que las hojas vengan a mí. Dejar que los ojos se empañen y se corra la cortina del espanto, cerrar la verja oxidada y no abrirla más. Cerrar, destruir. Empezar un relato -la vida- por una risa, con una risa, desde una risa. Abandonarse. Despojarse de hábitos, de arena, de olor a carne con papas. Despojarse. Detenerse un momento por averiguación de antecedentes: irse a la cama sin dormir, sin comer, sin reír. Despojarse.
Alegar una risa última, un mandato sin mando, un asado con bondiola y provoleta. Unir lo uno con lo uno, y matar la idea de lo otro. Matar, si hace falta, los folletos de la mierda: esas (zoz)obras. Matar con la risa, una carcajada de punta de iceberg, una carcajada verdadera, desacostumbrada, apolítica pero apolínea. Matarse de la risa, como quien dice. Que sea ese, en fin, el único motivo para que nos duela la panza.

Escuchar qué dice la risa en lo más hondo, detenerse, hurgar, despabilarse. Mirar con la mirada de un romántico, desde el ojo que el anteojo no precede, desde los tan fuertes golpes en la vida, yo no sé. Ver una frontera en un hormiguero, destruyendo lo genuino, lo genial; decidirse y salir.

martes

La verdadera crítica literaria #1

"No importa si en la vida real Osvaldo [Lamborghini] se masturbaba con la sangre de sus víctimas o ayudaba a las ancianas a cruzar la calle, lo que lo convierte en maldito -o no- es desde qué lugar escribe: si su yo narrativo o poético se reivindica como malo en el interior de su escritura, o si en la trama de sus novelas la virtud es humillada y recompensado el vicio"

Carlos Gamerro, "Renacimientos II: 'El niño proletario'", en El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos

viernes

Talvez Nunca

Ser

una muestra

.................(más

de lo real

de lo real

.................(-mente

cognoscible

del alma de

las cosas.

.

Ser

un desvío

al infinito

de una serie

de almacenes,

bares, chinos,

una costra

que amanece

en cada cortina

que se abre

en cada radio

o en los noticieros

.................(asesinos.

.

Ser

un presente

.................(dibujado

y una miga

de lo que vendrá.