Él es odontólogo. Ella todavía lo mira con los mismos ojos que cuando tenían veinte. Aparece el abogado, les resuelve el caso. Se va. En la cafetería de Tucumán al 1600, se va. Los deja solos. No hablan. ¿¡El fuego!? No. Él empieza a hablar de camiones y crónicas policiales. Ella vuelve a su resignación triste. La llama no llegó a prenderse de nuevo; tendrá que pagar los honorarios del abogado por un trabajo inane.
(uno de esos días, tomando un café desconcertado)
2 comentarios:
A ver si aflojamos con el "inane" cortazariano.
Chabín.
jaja... se notó che? Bueno, fue la intención. Una serie de "inanes" para nada inanes, jeje. Gracias por el comentario!!
Guido
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