martes

Dos mil: Zeitgeist y después


Todas las hojas del mundo
las de papel
y las otras
están hartas, se disponen
a realizar una huelga
por tiempo indeterminado
dicen
que no puede ser, que la cosa
ya no da para más
están cansadas
por la constante violación a sus derechos
una hipocresía, insisten,
en la era digital
en la era
de las verdades subacuáticas
la era de las voces que se esparcen
día a día
como si quisieran darle vida
a las locas teorías del discurso
las locas aventuras del discurso
las desangradas locuras del discurso.
Una vergüenza, un
desastre natural de colosal envergadura,
la decapitación constante de la letra
sin la sangre, sin que pueda
aullar
gemir ese dolor terrible
esa hipertrofia de la sensibilidad
justo entonces, que las risas
grotescas del abismo repercuten
y en el eco se interpreta el deseo superlógico
de haber nacido, sí,
pero ya muerto.

Nunca fue más fácil: borrón
y cuenta nueva. No hay resistencia,
no ceden
las almas ante el espanto de la muerte, no comprueban
los músculos el rigor, la fuerza.
Ya no es cierto eso que decían
que embanderaban con fervor, la energía
sí se pierde, ahora
la lógica del puro vacío
hace grieta en la cabeza, se diluye
el motor de la moralidad
esa mentira superior dogmatizada
que en el fondo
no era más que describir sin aggiornarse,
la realidad concretamente.

Más allá de lo uno y lo otro
más acá
de la imposibilidad urgente
de contradecir lo no dicho
lo nunca, lo nada,
por el camino de su anhedonia
la sociología explica
veinte veces lo mismo, se incorporan
las nuevas tecnologías de la comunicación
a las escuelas secundarias,
una quebrada
roja
verde
seca
un cerro, una verdad,
van dando vueltas, y se abre
un resquicio hacia la disgregada anatomía
del yo.

Antes de que vengan
los tahúres oligárquicos de la metaconstrucción identitaria
pos, trans o plurinacional
leo, otra vez, entre las redes
¿Se viene el fin del mundo?”, y pienso
Dale. Pero no me cortes el wi-fi”.

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