Todas
las hojas del mundo
las
de papel
y
las otras
están
hartas, se disponen
a
realizar una huelga
por
tiempo indeterminado
dicen
que
no puede ser, que la cosa
ya
no da para más
están
cansadas
por
la constante violación a sus derechos
una
hipocresía, insisten,
en
la era digital
en
la era
de
las verdades subacuáticas
la
era de las voces que se esparcen
día
a día
como
si quisieran darle vida
a
las locas teorías del discurso
las
locas aventuras del discurso
las
desangradas locuras del discurso.
Una
vergüenza, un
desastre
natural de colosal envergadura,
la
decapitación constante de la letra
sin
la sangre, sin que pueda
aullar
gemir
ese dolor terrible
esa
hipertrofia de la sensibilidad
justo
entonces, que las risas
grotescas
del abismo repercuten
y
en el eco se interpreta el deseo superlógico
de
haber nacido, sí,
pero
ya muerto.
Nunca
fue más fácil: borrón
y
cuenta nueva. No hay resistencia,
no
ceden
las
almas ante el espanto de la muerte, no comprueban
los
músculos el rigor, la fuerza.
Ya
no es cierto eso que decían
que
embanderaban con fervor, la energía
sí
se pierde, ahora
la
lógica del puro vacío
hace
grieta en la cabeza, se diluye
el
motor de la moralidad
esa
mentira superior dogmatizada
que
en el fondo
no
era más que describir sin aggiornarse,
la
realidad concretamente.
Más
allá de lo uno y lo otro
más
acá
de
la imposibilidad urgente
de
contradecir lo no dicho
lo
nunca, lo nada,
por
el camino de su anhedonia
la
sociología explica
veinte
veces lo mismo, se incorporan
las
nuevas tecnologías de la comunicación
a
las escuelas secundarias,
una
quebrada
roja
verde
seca
un
cerro, una verdad,
van
dando vueltas, y se abre
un
resquicio hacia la disgregada anatomía
del
yo.
Antes
de que vengan
los
tahúres oligárquicos de la metaconstrucción identitaria
pos,
trans o plurinacional
leo,
otra vez, entre las redes
“¿Se
viene el fin del mundo?”, y pienso
“Dale.
Pero no me cortes el wi-fi”.
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