La
gente que espera el 84
no
tiene demasiados problemas, sólo
algunos
los
necesarios, quizás,
podríamos
decir;
no
usa el tiempo
de
la espera para nada que resulte productivo,
no
hay entre ellos, tampoco,
empatía.
Y es raro.
Algunos
escuchan música en los celulares, otros
preparan
la tarjeta SUBE mucho antes de lo necesario, son
como
paracaidistas que prueban
veinte
veces
el
mecanismo vital de su mochila
antes
de tirarse del avión.
La
gente que espera el 84 conoce
minuciosamente
cada
pedacito de su parada, el mejor
lugar
posible
estadísticamente
hablando
donde
deben pararse para adquirir
por
beneficio de adyacencia simple
el
próximo asiento que va a desocuparse.
La
mayoría
podría
cerrar los ojos y seguir
el
recorrido guiándose
únicamente
de
los giros a derecha o izquierda, de
la
cantidad de semáforos y autos
que
se interponen en el camino.
(Unos
pocos
verdaderamente
juegan
a
estar dormidos, o ciegos,
a
la triste adrenalina de comprobar
si
algún día el azar
los
va a bajar
en
el lugar equivocado o
distinto).
La
gente que espera el 84
muchas
veces se toma un respiro, mira
por
la ventanilla hacia la nada
como
si de verdad creyera
que
hay algo más allá del vidrio.
Todos
piensan
que
la vida ha sido injusta con ellos.