Me
duele el contexto
en
el que aprendí algunas cosas.
No
es tanto
el
aprenderlas, es que ahora
que
las uso, que vierto,
por
ejemplo,
el
agua del mate sobre la bombilla,
que
conozco
el
significado de la palabra “sibling”,
que
puedo moverme
sin
mayores exabruptos
entre
las calles de Buenos Aires,
que
entiendo la expresión
“¡vamo’
arriba!” y la profeso,
ahora,
digo,
tengo
todo
eso en la cabeza, tengo
la
vida que se me va agolpando
sobre
la espalda de mochilero,
y
debería
estar
tranquilo, no asustarme,
entender
que
trazo mis líneas en un abismo
como
todos.
Pero
no, insisto, el contexto,
las
manos, el tono
de
cada una de las voces,
y
las risas que llenaban
cualquiera
de mis carencias,
lo
que no hay manera
de
agarrar, de retener
eso
que queda
dando
vueltas al costado de la experiencia.
No
ser un compendio
de
vacíos archivados, de entusiastas
proposiciones
desmedidas.
El
plan quinquenal no tiene muchos
pasos
a seguir, es solamente
soltarse,
abandonar
las
tontas pretensiones de vivir
y
ver qué pasa.