jueves

Algunas de mis muertes

No creo que sea del todo certero pensar que el individuo enfrenta una única muerte, o que dicha muerte se trate de un momento puntual, letal y decisivo. Uno muere un poco con cada una de las cosas cuyo destino no pudo cambiar, aunque hubiera querido hacerlo desesperadamente, o con aquello que se modifica para no volver jamás a ser lo que alguna vez fue. Dejamos nuestras huellas dando vueltas por ahí, como animalitos, para que solamente la memoria incompleta de nuestro propio recuerdo pueda observarlas de vez en cuando, no sin antes sentir una puñalada de hastío que hace las veces de marco en el cuadro cada vez menos vivaz del presente. Y es esa memoria la que mantiene a esas huellas artificialmente vivas, en coma, pues sólo podría revivirlas cabalmente si todas las memorias existentes sobre el mismo hecho se coordinaran y posaran su foco en el mismo punto del recuerdo, y al mismo instante exacto. Solamente entonces, cuando todos los pedacitos -homogéneos y no- de recuerdos constituyeran un único gran y total recuerdo, se podría vencer a la muerte. Quizás sea, en fin, para eso que existen los velorios.