sábado

The genkidama experience

Mi cerebro suele languidecer durante las horas que median en el transcurso del día (desde las 13 hasta las 19 o más, dependiendo de diversos -y voluntariamente no especificados- factores) y revive, despierta, se des-oculta durante los extremos de la jornada: la mañana y la noche. Si el día fuera un mundo sería, entonces, en los polos (en el polo) en los que debería radicar mi “escritorio de trabajo” y a las regiones continentales debería dedicar mi ocio. No se trata de una consecuencia inevitable de la hora en la que me despierte. Se trata, por el contrario, de características sensiblemente inmanentes al horario en sí. Es decir, que aun despertando alrededor de las 13, mi cerebro perpetuará su curso sabático hasta, por lo menos, las 19 / 20.

Ahora bien, en verano o primavera existe, puntualmente, un horario de máxima optimización de mi aparato nervioso, mi sensibilidad (física, social, mental). Me refiero a la hora, el momento epifánico, en que el viento comienza a soplar sobre las paredes sobrecalentadas de los edificios, el instante irrepetible (oh, tempus fugit) pero periódicamente cotidiano en que los bares y cafés se llenan de amigos tomando una cerveza mientras el mundo y sus conflictos, sencillamente, desaparecen. Es como si el conjunto del alivio exhalado por el término de la alienación (la jornada laboral) se propagara en el aire por la ciudad y se vertiera, desde los propios envases, en la cerveza, en la chocolatada, en el mate. Una suerte de gran genkidama colectiva y socialista (como toda genkidama) que destila y se impregna en cada cuerpo. O, por lo menos, en el mío.

Citadinos pasatistas

1.

Todos los intentos por cargar, dotar,

alimentar

las palabras de

una fuerza tan

-cabal, ingenua, enlatada-

son

al pedo. Vos sabés,

te das cuenta

es idiota no aceptar la propia

indignidad, las impresiones

en la gente qué carajo atenúan

tu sentirte un

flojinepto

que se fuma, de balcón en balcón,

un que otro cigarro.

NOLEQUEDAOTRO

REMEDIOMASQUE

ENDEUDARSE

PARAPALIAR

LOSPROBLEMASQUE

ESAINMENSA

Compostura.

Resistencia.

Los vendepaco del sistema

en las esquinas (repavimentadas

por La Ciudad) se mueren

-¿te imaginás?-

por escribirse poemas en los sobacos

y no tener que bajar del taxi a comprar puchos porque

llueve.


2.

Salí vos

a sacar a la perra.

A mí se me cagan

de risa. Tu caniche

y tu rottweiler no van

conmigo, loca, y el semáforo

me tiene las bolas llenas.


3.

Pero claro ahora vas a ir preso

por comprarte una tortilla

de papa y verdurita en el kiosquito.

Andá pensando

cómo le explicás al juez

que no tenías hambre sino

miedo.


4.

Hay algún goce

en la geometría inútil

de las alcantarillas. Un perpetuo

voyeurismo inconducente de humedades

impregnando los afiches callejeros, que

burlan raudamente los graffitis.

Libertad de decir,

autonomía de hacer.

No es lo mismo creerte ahora

un revolucionario. Ya no es

original la originalidad.

Yo digo que la gente, a lo lejos,

no se moja con la lluvia,

no era cierto

eso de los estímulos, lo de

la sobreabundancia

de estímulos, no era cierto.

Quizás falten

maquinitas de café en las casas

de algunos viejos

escribidores de lo viejo.

Una puerta que se cierra es lo mismo

en el bullicio, en el

quilombo que te saca la basura

o en la penumbra de un relincho

mineral, acicalado. Porque después

de un tiempo lo que importa

no es la puerta; es

la hojita, muy turra, que sodomiza

a esa cloaca

impunemente.