Mi silencio no otorga, no. Responde sin decir nada, porque lo cree conveniente. Porque no halla palabras más sabias que la honda respiración callada. Porque no quiere sentenciar gente y herir vínculos o casilleros en el sistema binario de la vida. Como casilleros, así se llenan mis relaciones, ocupan cuadros indistintos, se vacían con el olvido y se perpetúan en la rutina. Esa es la madre de todas las sanaciones, aún las que dejan subyaciendo un dolor eterno. La rutina, interacciones necesarias e inevitables, cotidianas, justamente indispensables para salvar el obstáculo del día a día. Y ser libre, sí. Ser libre de esas caras apáticas hablando de premios nóbeles, intentando ser algo que no son (la ocultación de la ignorancia... oh, Bacon). Mi silencio les grita con furia, trata de mantenerlos a raya. Pero es difícil, se inmiscuyen. Forman parte de ese escollo, esa larga ramificación de hechos y acciones que se llama "vida". A la vida también le grito, en mi silencioso estar, como paso sigiloso bajo puente. ¡Muerte! Eso le grito. Y parece mirarme con mala cara, pero esas caras son las que rodean las horas, o al menos parecen circunscriptas a este suceder sucesivo (valga la redundancia, y valga aclarar que siempre odié la palabra "redundancia"). ¿Por qué es tan difícil conseguir la soledad cuando se la desea? Siempre es mal bienvenida, pobre, pues cae en momentos inesperados o poco apropiados. ¿Cómo se hace para aullentar (oh, misantropía) momentáneamente a las personas sin que dejen de servir a tus propósitos futuros? Mi silencio no otorga, no. Es sólo un intento por alejar estos fantasmas, para poder verte a vos. Sí, a vos. La luz entre las sombras de esta vida tediosa y fácil.
Pétit Ánite, peut-être qui tu sois la unique que comprennes la signification du l'écrit.
Par ce, je dédicace toi l'écrit et laisse toi un baiser.